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lunes, 21 de julio de 2008

Notas sobre el ascenso del fascismo en los Estados Unidos


Rosenberg, uno de los ideólogos del nazismo, definía a los Estados Unidos como «un espléndido país del futuro» que tenía el mérito de formular «la nueva idea de un Estado racial».

La derecha europea –con destaque en los llamados atlantistas, defensores inflamados de la OTAN y de la presencia de las tropas de los Estados Unidos en Europa–, insiste en atribuirle un sentimiento de “antiamericanismo” a la ola de protestas contra la estrategia de dominación mundial de aquel país. La acusación no tiene fundamento. La condena de la política imperial de los Estados Unidos no involucra a su pueblo.

En septiembre y octubre de 2001, durante la agresión norteamericana contra el pueblo de Afganistán, publiqué en Portugal y en América Latina una serie de artículos en los que, reflexionando sobre la matanza de Mazar-i–Charif y el saqueo de Kandahar, alertaba respecto a una amenaza a la humanidad que empezaba a esbozarse: la posibilidad de la emergencia en los Estados Unidos de un fascismo de nuevo tipo. Sus contornos, aún mal definidos, se identificaban en el componente militar del sistema de poder de la gran república y en su ambición de imponer un proyecto de dominación planetaria, perpetuo.

En las comunicaciones presentadas en la II y III edición del Forum Social Mundial, en Porto Alegre, retomé el tema, y llamé la atención respecto a una crisis global de civilización, política, económica, militar, cultural y ambiental.

El peligro del neofascismo en los Estados Unidos crecía. En el cuerpo de oficiales de sus fuerzas armadas tomaba forma un fascismo castrense, que se expresaba a través de la participación de estructuras de comando en crímenes contra la humanidad, en misiones genocidas de la fuerza aérea, en el discurso mesiánico y racista de generales y almirantes.

La vieja tesis de la nación predestinada, la única capaz de salvar la humanidad, fue asumida por el presidente Bush, que hace de ella la columna maestra del Nueva Orden Mundial, cuyos principios fueron reformulados después del 11 de septiembre. Una concepción maniqueísta de la vida fue puesta al servicio de la estrategia imperial de vindicta. La lucha contra el terrorismo pasó a servir de soporte a una política de terrorismo de estado. El presidente informó al mundo que el Señor no era neutral, y apoyaba su política. Y advirtió: quien no concordara con ella sería considerado enemigo, y como tal tratado. Ese discurso trajo a la memoria arengas de Hitler en vísperas de la invasión de Polonia. Su agresividad e irracionalidad configuraron un asalto a la razón.

He sido uno de los primeros escritores que ha utilizado la expresión IV Reich para denunciar la amenaza –al conjunto de la humanidad y a la propia continuidad de la vida en el planeta– que la estrategia de la Casa Blanca carga en sí.

Me permito transcribir algunos párrafos de lo que afirmé entonces en el II Forum Social Mundial, en Porto Alegre:

“Las simientes del fascismo ya han contaminado, es innegable, a muchos pilotos y oficiales de la US Army presentes en el escenario de horrores de Afganistán (…) El peligro de un fascismo de nuevo tipo se torna difícil de identificar porque presenta características inéditas:

1. No se encuadra en las definiciones clásicas del fascismo.

2. Surge como inseparable de la dinámica agresiva de un poder imperial, y como efecto de la propia lógica de la violencia desencadenada por las fuerzas armadas de ese sistema.

3. Siendo un fenómeno que se enraíza en el cuerpo de oficiales, presenta la peculiaridad de, al estructurarse y fortalecerse, se extiende de afuera hacia dentro, o sea, de la periferia hacia los Estados Unidos, corazón del sistema.

“La dificultad para admitir que la actual política de terrorismo de estado de los Estados Unidos amenaza desembocar en el neofascismo reside en el carácter y la tradición de las instituciones norteamericanas y en la atipicidad de la ideología subyacente a las acciones de genocidio practicadas con frecuencia cada vez mayor por un poder militar hegemónico. El hábito de asociar el fascismo casi mecánicamente, como modelo de Estado, a la Alemania de Hitler y a la Italia de Mussolini, lleva a olvidar que su implantación asumió formas muy diferenciadas y que tanto el asalto al poder como el funcionamiento del sistema no caben en definiciones rígidas.

“El fascismo, tanto en Europa como fuera de ella, no obedece a un modelo único. Si en el III Reich y en Italia (ahí solamente al inicio) contó con fuerte apoyo de masas y tuvo como instrumento partidos que seguían ciegamente o líderes carismáticos, tal cosa no tuvo lugar en la España de Franco, ni en el Portugal de Salazar. Ni en la Hungría de Horthy, ni en la Rumanía de Antonescu, ni en la Croacia de Ante Pavelich, donde fueron, sobre todo, aspectos básicos de la organización del Estado que tomaron como fuente de inspiración los modelos alemán e italiano. El denominador común de todos los fascismos lo identificamos en el nacionalismo irracional y agresivo con componente racista, en la tentativa de imponer una contracultura, y en la creación de aparatos represivos del tipo Gestapo. En el orden económico las diferencias fueron nítidas (…)

“El caso de Chile, por ejemplo, es un tema de reflexión inagotable, tanto por lo que en él hubo de especifico en el terreno político, económico y militar, como por sus contradicciones. Aquellos que definen la dictadura terrorista de Pinochet, en la teoría y en la práctica, como fascista, sustentan –en mi opinión con fundamento– que las fuerzas armadas desempeñaron allí el papel que en el Reich alemán fue asumido por el partido nazi y por los aparatos policiales por él creados.

El fenómeno chileno ayuda a comprender, en un contexto diferente y en otra dimensión, la amenaza neofascista que el terrorismo de estado estadounidense carga en el vientre. El peligro ahora es planetario y, repito, nace en cierta medida lejos de la sociedad cuyo sistema de poder lo generó. Las expediciones punitivas no toman como blanco a las minorías de los partidos de izquierda o las organizaciones sindicales. El enemigo, imaginario, fabricado, es ahora otro: individuos transformados en gigantes demoníacos y, sobre todo, pueblos paupérrimos, distantes y desarmados”.

La transcripción fue larga, pero útil. Han transcurrido casi siete años desde que escribí esas líneas. El desarrollo de la historia ha confirmado las aprensiones que entonces manifestaba. La crisis de civilización se ha agravado mucho.

Afganistán ha sido transformado en un protectorado con la aprobación del Consejo de Seguridad de la o­nU. Los Estados Unidos han transferido a la OTAN las responsabilidades de la ocupación militar del país, y más de 60 mil hombres de aquella organización se han encontrado allí envueltos en una guerra perdida.

Osama bin Laden y el mullah Muhamad Omar – apuntados como objetivo prioritario de la invasión–, no han sido encontrados y se hallan en paradero desconocido. L a producción de opio aumentó y la soldadesca norteamericana es responsabilizada por el propio gobierno del presidente fantoche Hamid Karzai –ex-funcionario subalterno de una compañía petrolífera estadounidense- de masacrar civiles en operaciones de rutina. En algunos casos, en las órdenes de combate, oficiales de los Estados Unidos desaconsejan la captura de prisioneros. No quieren sobrevivientes. En Seberghan fueron cortadas las lenguas a mujahedines que se habían rendido.

En Iraq, la indignación mundial suscitada por las revelaciones de las torturas infligidas a resistentes iraquíes en Abu Grahib no se tradujo en la condena de oficial superior alguno. El presidio fue clausurado, pero los responsables de los abyectos crímenes allí cometidos quedaron impunes, para empezar, por el ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que tenía -como quedó probado- conocimiento minucioso de lo que pasaba en Abu Grahib.

Musulmanes capturados no Iraq y en Afganistán, y acusados de «terroristas», fueron transportados en vuelos clandestinos de la CIA hacia campos de concentración instalados en países africanos y del Este de Europa. El gobierno portugués fue cómplice de ese crimen. No obstante que los vuelos fueron confirmados por gobiernos de la Unión Europea, Washington ignoró el escándalo.

Más grave aún: Bush logró que el Congreso de los Estados Unidos, ahora con mayoría demócrata, aprobara la legislación que, en la práctica, permite la tortura. La guerra en Iraq está también irremediablemente perdida pese al aumento de 160 mil hombres del ejército de ocupación. Un ejército paralelo de mercenarios altamente remunerados está asumiendo un papel cada vez más importante en las operaciones militares.

La situación es caótica. El presidente Bush fue finalmente obligado a reconocer que Iraq no disponía de armas de exterminio masivo -pretexto para la agresión-, pero insiste en defender la ocupación del país por tiempo ilimitado.

El balance de la agresión es terrible. El Iraq de hoy es un país arruinado y famélico. Sus ciudades fueron semidestruidas, saqueados museos maravillosos que guardaban la memoria de las milenarias civilizaciones de la Mesopotamia. La barbarie imperialista no respeta la cultura: blindados estadounidenses convierten el área de las ruinas de Babilonia en zonas de estacionamiento.

No hay estadísticas confiables sobre el costo en vidas humanas de la guerra genocida. Mas los propios medios de los Estados Unidos admiten que, hasta finales de 2007, más de 100 mil civiles iraquíes habían muerto como consecuencia de ella.

El TUMOR FASCISTA SE DISEMINA

Las «guerras preventivas» recuerdan a ciertas epidemias. No es fácil evaluar los efectos de la contaminación, pero, como era inevitable, las metástasis del tumor fascista se diseminan por el cuerpo de la nación.

En el plano interno la defensa e implementación de una estrategia planetaria peligrosamente agresiva e irracional exigirán cambios en la acción gubernativa que golpearon fuertemente la estructura institucional del país, abriendo en ella fisuras por las cuales avanza el fascismo.

Inmediatamente después del 11 de septiembre, la mayoría de la población no se percató de que el discurso bushiano contra el terrorismo funcionaba como anestésico para golpes quirúrgicos que herían garantías y libertades constitucionales. La destrucción de las torres de Manhatan fue invocada a despropósito para justificar una feroz ola de xenofobia que llevó, por ejemplo, a la creación de tribunales militares para enjuiciar a extranjeros sospechosos, a las persecuciones y humillaciones infligidas a inmigrantes musulmanes, a la cacería de brujas en las universidades, a la desaparición de clásicos de la literatura en las bibliotecas públicas, a gestos tan simbólicos como la prohibición de la canción de John Lennon en defensa de la paz.

El Patriot Act, la ley ultra reaccionaria promulgada por George Bush, es un diploma que hubiera merecido la aprobación del III Reich de Hitler. Gente íntima del Presidente, como el vice Cheeney, Rumsfeld, Condoleeza Rice, Paul Wolfowits, Perle, entregaron una significativa contribución a la radicalización de un discurso oficial de matices fascistizantes, no obstante que algunos de los que lo cultivan no lo perciban, por indigencia cultural. Muchos generales del Pentágono ya se habían anticipado.

El engranaje que abre camino al neofascismo no hubiera podido servir con eficacia a la estrategia de dominación si no dispusiera, como formidable y decisivo instrumento para manipular las conciencias, de un sistema mediático que hoy ejerce el control hegemónico de los grandes órganos de comunicación social.

El tema ha sido tratado exhaustivamente por autores como Chomsky, Ramonet y Chossudovsky, pero la complejidad y gravedad de los estragos producidos por el funcionamiento de esa máquina diabólica hacen indispensable que el asunto se retome permanentemente.

El discurso clásico sobre los Estados Unidos como tierra de la libertad de expresión siempre fue construido a partir de no verdades. Hoy es ridículo. Las tres grandes cadenas de televisión que emiten noticias durante 24 horas –NBC, FOX y CNN– mantienen lazos íntimos con el Poder. La gran mayoría de las noticias que difunden provienen de fuentes del gobierno o corporativas. El mantenimiento de los índices de audiencia exige no tanto de un buen relacionamiento con esas fuentes como de la inclusión de noticias sobre asuntos divertidos, historias sobre guerras que hagan la apología del heroísmo norteamericano, la eliminación de temas considerados incómodos, un gran volumen de informaciones vinculadas a negocios, el deporte, el sexo, la situación de las grandes transnacionales, comentarios superficiales sobre ciencia, medio ambiente y arte.

Los periodistas que no se someten y se rehúsan a colaborar con el Poder son castigados, directa o indirectamente, o despedidos por la gran media, no importa que sean celebridades, como ocurrió en el caso del neozelandés Peter Arnett, de la NBC. En un país donde un abismo cultural separa a las élites del ciudadano común, la militarización de la sociedad civil, en desarrollo, asume proporciones inquietantes.

Según John Bilis -un reconocido analista militar-, la militarización de las conciencias se ha tornado imprescindible al buen funcionamiento del sistema. El establishment está empeñado en preparar a la sociedad civil para la aceptación de la violencia como fenómeno natural. Mientras que el militarismo era tradicionalmente encarado «como una serie de creencias circunscritas a grupos sociales específicos, la militarización utiliza una serie de mecanismos que envuelven todo el edificio social».

El avance de la militarización en las escuelas es alarmante. Contamina a la juventud. Una publicidad chocante en la televisión, en la prensa plana, en la radio, en carteles fijados en las paredes, presenta a las fuerzas armadas como escuela de virtudes. El cuerpo de marines cultiva el auto elogio, y se presenta como una tropa de super hombres.

La militarización de la sociedad es acompañada de un discurso político que transforma la dureza, la insensibilidad y un concepto prusiano de la disciplina en virtudes. La tesis de «letal y solidario» ilumina bien una mentalidad patológica. Peter Mass, en un artículo publicado por The New York Times, cuenta que cerca de Bagdad, el comandante de un escuadrón de blindados, cuando sus soldados dispararon contra vehículos civiles, exclamó: «Mis hombres no tuvieron clemencia. ¡Formidable!» En las grandes ciudades, entre la juventud de los barrios de la clase media, un entretenimiento de moda es el painball, un juego durante el cual los participantes luchan salvajemente. La muerte simulada hace parte del choque.

El presidente Bush considera «viriles» esos juegos violentos. Para estimular el espíritu marcial le gusta mucho discursar en bases militares, en fábricas de armas y en portaaviones.

En esta atmósfera de apología de la violencia como virtud patriótica, la crítica a la ideología del poder sólo es asumida permanentemente por una minoría de intelectuales corajudos. Pero la contribución de estadounidenses progresistas como Ramsey Clark, Noam Chomsky y James Petras ha sido muy importante para la comprensión del peligro fascista y el funcionamiento de un sistema de poder que no duda en pasar por encima de la Constitución para limitar o suprimir derechos y libertades.

RAÍCES DEL FASCISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS

La influencia ejercida por la extrema derecha estadounidense en el pensamiento fascista continúa siendo muy mal conocida. Pero fue importante.

Ho Chi Minh ha sido uno de los primeros comunistas en identificar el parentesco ideológico existente entre ambos. Cuando era un joven marinero presenció en el sur de los Estados Unidos el linchamiento de un negro y el ritual siniestro del crimen, tolerado por las autoridades. Lo impresionó tanto que en un artículo publicado en 1924 en el órgano francés de la Internacional Comunista afirmó que el Ku Klux Klan asumía toda «la brutalidad del fascismo».
Una abundante documentación demuestra además, con claridad, que el partido nazi alemán, en los años en que Hitler preparaba el asalto al poder, tuvo como fuente permanente de inspiración a los movimientos reaccionarios y racistas de los Estados Unidos.

Rosenberg, uno de los ideólogos del nazismo, definía a los Estados Unidos como «un espléndido país del futuro» que tenía el mérito de formular «la nueva idea de un Estado racial».

El genocidio de los indios era presentado en el III Reich como una epopeya civilizatoria, y el proyecto de germanización de parte de Europa Oriental como una cruzada que tenía su precedente en la conquista americana del Far West. Hitler, en 1939, en vísperas de la guerra, enalteció «la inaudita fuerza interior» del modelo americano de civilización.

Un libro del escritor racista estadounidense Lothrop Stoddard –The menace of de under man- fue traducido al alemán y suscitó también tanto entusiasmo en los medios nazis que el autor fue invitado a visitar el Reich donde fue recibido por Hitler. Cabe recordar que el referido libro también fue elogiado por dos presidentes de los EE UU, Harding y Hoover.

El filósofo marxista italiano Domenico Losurdo desarrolla el tema de los orígenes americanos del fascismo en un escrito que presentó en Florencia en mayo de 2003. En ese trabajo (ver en odiario.info) cita textos de Theodore Roosevelt en los cuales aquel ex-presidente de los Estados Unidos hace la apología de las «razas superiores», y sugiere soluciones radicales para defender a la civilización del peligro representado por las «razas inferiores».

Losurdo dedica especial atención al papel desempeñado por Henry Ford en las campañas antisemitas. El magnate de la industria automovilística fue entonces muy elogiado en la Alemania nazi. Hitler, el cerebro de la «solución final» afirmó que para él la lectura de un libro de Ford fue una «revelación para los nacional-socialistas» porque los ayudó a comprender «el peligro del judaísmo».

Un sistema mediático perverso falsifica tan ampliamente la historia que cientos de millones de personas continúan viendo en los Estados Unidos un estado democrático, que respeta las libertades y los derechos humanos.
Los fundadores de la nación son presentados como héroes de la humanidad. La mentira fue erigida en verdad. Creo que pocos brasileños saben que los autores de la Declaración de Independencia y de la Constitución de los Estados Unidos eran, todos, propietarios de esclavos. Y propietarios de esclavos fueron casi todos los presidentes de la Unión en los primeros 36 años de existencia de los Estados Unidos.
Un comunista norteamericano, James West, escribió en 1977 un ensayo que, por su significado, estimo oportuno recordar en este foro. En él llamó la atención a una realidad también olvidada: los orígenes del eurocomunismo son también norteamericanos. James West demuestra en ese trabajo que el browderismo, la doctrina de un ex secretario general del Partido Comunista de los Estados Unidos, no sólo tuvo un efecto devastador en América Latina al condenar como supuestamente de derecha el combate al imperialismo, sino que funcionó como fuente de inspiración ideológica para el movimiento que en Europa contribuyó decisivamente a la destrucción o la social-democratización de muchos partidos comunistas, entre ellos el italiano, francés y el español.
Camaradas: Peligros enormes se anuncian en el horizonte de las luchas. Mas el gigante americano tiene pies de barro. Los mecanismos predatorios de la globalización neoliberal no bastan para resolver la crisis estructural de un capitalismo senil. Entre tanto, la tarea prioritaria y permanente para las fuerzas progresistas, y en primer lugar para los comunistas, es hacer frente, en todo el mundo, con firmeza y lucidez, a la amenaza que representa para la humanidad la estrategia neofascista de un sistema de poder que aspira a militarizar la Tierra. El proceso de militarización y fascistización de la sociedad estadounidense prosigue. Y esa realidad no puede ser ignorada.
El combate hace más necesaria que nunca la unidad de los comunistas.


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