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martes, 13 de abril de 2010

Monseñor Romero y Monseñor Gerardi.


A la luz de Romero y Gerardi

Por Martha Guadalupe Romero


En 1980, en el período más feroz del conflicto en El Salvador, el fundador del partido Arena, Mayor Roberto D´abuisson, ordenó el asesinato del obispo que días antes, durante una homilía, había suplicado en nombre de Dios, el cese de la represión al pueblo salvadoreño. Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, cayó abatido por balas contratadas, en un caluroso día de marzo, mientras oficiaba misa en una pequeña parroquia del centro de San Salvador. La consigna de la derecha salvadoreña: Haga Patria mate a un cura, había sido cumplida a cabalidad.

18 años más tarde, en abril de 1998, después de 36 años de conflicto armado, firmada la paz en Guatemala y dos día después de que presentara el Informe sobre la memoria histórica: Guatemala, Nunca Más, en donde denunciaba las masacres cometidas por el ejército guatemalteco contra las poblaciones indígenas de Guatemala, Juan José Gerardi, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala, fue atrozmente asesinado por miembros del ejército guatemalteco, en la casa parroquial de San Sebastián, donde vivía, en pleno centro de la capital guatemalteca.

Originarios de países hermanos, con historias similares, Romero y Gerardi nunca se conocieron, pero compartieron sus voces y vidas para denunciar la represión que sus pueblos sufrían. Ninguno quiso aceptar prebendas, tampoco “tener buenas relaciones con el Gobierno”, como Karol Vojtyla, convertido en Sumo Pontífice y otrora férreo opositor al gobierno polaco, le ordenó en su oportunidad a monseñor Romero. Los dos sabían que al hablar con la verdad, ponían en bandeja sus valiosas vidas.

A propósito de la conmemoración del 30 aniversario del asesinato de monseñor Romero, el Presidente salvadoreño en nombre del Estado pidió públicamente perdón por el asesinato. En Guatemala, hace unos días, una jueza firmaba la orden de libertad de uno de los asesinos de monseñor Gerardi, “por buena conducta”. La orden fue revocada en apelación.

Monseñor Romero dijo que si lo mataban resucitaría en el pueblo salvadoreño. Me pregunto si todos y todas las que se dicen cristianas han resucitado -en el sentido amplio de la palabra- en este espíritu de Romero y Gerardi o siguen haciendo un poco de lo mismo: golpeándose el pecho en elegantes misas de domingo, florida rima y limosna conveniente o pagando para cargar las pesadas andas de las procesiones de Semana Santa en Guatemala para exculpar los pecados, pero ciegos, sordos y mudos a la voz de los que abandonan el país en busca de mejores oportunidades, a las domésticas que reclaman salarios justos, a los que recogen la miseria en los basureros, a las mujeres golpeadas por maridos abusadores, al campesino que clama por un pedazo de tierra para sembrar, a la madre que ve morir a su hijo de diarrea.

En Centroamérica, muchos sacerdotes perdieron la vida de la misma forma que Gerardi y Romero, abandonados por la misma iglesia que hoy protege a los pederastas que han destruido la vida de miles de niños en todo el mundo, algunos de ellos protegidos personalmente por altos jerarcas de la iglesia católica. Así es la Sacro Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, inamovible en sus intereses, infiel a su propia predica, contraria a la resurrección. Monseñor Romero se preguntaría de que lado estamos, como una vez se preguntó el mismo, de que lado esta Roma? O como expresó monseñor Gerardi: “La raíz de la ruina, de las desgracias de la humanidad, nace de una oposición deliberada a la verdad”

Afortunadamente todavía hay muchos sacerdotes viviendo y sufriendo a la par de sus comunidades, prestando sus voces para denunciar la desigualdad, la discriminación, el racismo, la depredación de los recursos naturales por transnacionales de rapiña con el beneplácito corrupto de autoridades nacionales, el clamor de los jóvenes para que se les brinden oportunidades.

Romero y Gerardi seguramente no serán canonizados, como José María Escribá, el fundador del Opus Dei, pero eso es lo de menos. No se necesita el permiso de la iglesia, para que millones de personas creyentes o no, resuciten el espíritu de estos hombres de carne y hueso, verdaderos hijos de la tierra centroamericana. El legado de ambos es de valor incalculable y trasciende a la religión que cada quien profesa o no. En Centroamérica necesitamos asimilar plenamente esta herencia. Denunciar la injusticia y proclamar la verdad aunque nos cueste la vida, sigue siendo un desafío que necesita compromiso, coraje, convicción, firmeza y sobre todo valor.

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