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lunes, 25 de noviembre de 2013

..el burro hablando de orejas

Papito, ¿dónde andas cabrón? –saluda Emilio Gamboa Patrón.
-Pues aquí estoy en este pinche pueblo de los demonios, papá –le responde con voz ronca Kamel Nacif.

Patricia Barba Avila


Hace unos días, los miembros del senado mexicano se rasgaron las vestiduras por la visita que les realizaron presuntos "Caballeros Templarios". Esta circunstancia genera varias reflexiones, entre ellas una inevitable si nos atenemos a la calidad moral de varios de los integrantes más conspicuos de la clase política, entre ellos el actual coordinador de la bancada priísta, Emilio Gamboa Patrón que virtualmente brincó --en el más puro estilo chapulinesco-- de la Cámara de Diputados al Senado, como continuación de una ininterrumpida y larga carrera dentro de la cada vez más corrompida burocracia gubernamental...y la pregunta obligada es:  ¿cuál es la diferencia, en términos de valores morales y cívicos, entre un miembro de cualquiera de los carteles que asuelan a comunidades enteras y miembros del legislativo, el ejecutivo o el judicial?  Si nos atenemos a los datos que abajo se enuncia, la respuesta es: la diferencia es que el funcionario público tiene licencia para cometer delitos que, en el caso de los diputados y senadores, se traducen en leyes que perjudican sustancialmente a miles de ciudadanos, lo cual constituye un acto de suma violencia amparado por una legislatura que en nada busca el bien común en un país con más de la mitad de su población en estado de pobreza y un 25% de ella sobreviviendo en condiciones de horrenda miseria.

Como muchos sabemos, en 2005, la periodista Lydia Cacho publicó Los demonios del edén, un crudo relato sobre actos de pederastia en Cancún, Quintana Roo, en los que, de acuerdo con la autora, estaban involucrados además de los empresarios Jean Succar Kuri y Kamel Nacif, políticos como Emilio Gamboa Patrón y Miguel Angel Yunes.  Lo que ocurrió a raíz de la publicación del mencionado libro solo puede ser calificado como una serie de actos criminales que se iniciaron con el secuestro de Lydia ordenado por Mario Marín, el entonces gobernador poblano en contubernio con su cuate Kamel.  Huelga decir que la vida de la valiente periodista se hubiese perdido de no ser por la intensa campaña de protesta y denuncia protagonizada por decenas de ciudadanos profundamente indignados por la bajeza y extrema violencia exhibidas en contra de una mujer dedicada no sólo a un periodismo de altura sino al combate del horrendo crimen del comercio y la violación de menores.

No obstante las evidencias incontrovertibles de la culpabilidad de Nacif y Marín, cientos de estupefactos ciudadanos atestiguamos la vergonzante actuación de la Suprema Corte de "Justicia" de la Nación que dejó intocados a ambos sujetos.  Y como si esta negación total de justicia no hubiese sido lo suficientemente escandalosa, hay que enfatizar aquí que pese a que el senador Gamboa Patrón es uno de los citados por Lydia Cacho como uno de los asistentes a las "fiestecitas" organizadas por Succar Kuri  y no obstante la charla telefónica entre Gamboa y Nacif, que exhibe en toda su crudeza el abyecto sometimiento de un "servidor público" a los intereses de un empresario completamente desprovisto de ética y principios, el señor legislador no sólo sigue impune sino que se le premió con la coordinación de sus compinches en un senado cuya conducta es cada vez más típica de una peligrosa mafia.

Y mientras un creciente número de ciudadanos se manifiesta indignado ante tan alarmante descomposición, para desgracia nuestra, todavía perdura entre los sectores populares y medios la ovejuna resignación que, como lo dijo el inolvidable Ricardo Flores Magón “...son la masa, la muchedumbre que con su pasividad, su modorra y falta de carácter hace lento y doloroso el avance de las sociedades.” 

No sé qué tan culpable sea una sociedad pasiva e indolente ante tanta descomposición, si tomamos en cuenta no sólo el incesante golpeteo mediático al que se la somete, sino un tren de "vida" en el que la mayor parte del día millones de seres humanos laboran mecánicamente a cambio de salarios de hambre y llegan a su hogar a plantarse ante una pantalla que, por momentos, les hace olvidar su desventura. En este tenor, la frase del Tigre Azcárraga:  "yo hago televisión para jodidos".  

¿Hay esperanza de emancipación de un pueblo en estas circunstancias?


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