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miércoles, 15 de abril de 2015

Reflexiones sobre el "No al ALCA" y la cumbre de Mar del Plata


Página 12

Hacia finales del siglo XX y principios del XXI se produce una serie de fenómenos que contextualizan, en el escenario global, el rumbo adoptado por los estados de América latina con relación con la propuesta del ALCA. Entre éstos destaca la reacción organizada frente a la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio en Seattle de 1999, preparatoria de la Ronda Doha de 2001: 50.000 personas manifestándose –sorpresivamente para los medios internacionales y el establishment– en contra del proceso de liberalización comercial, neoliberal, impulsado por la OMC. Fue ésa la primera aparición masiva de los globalofóbicos convocados, por primera vez, mediante nuevas tecnologías. Por su parte, Estados Unidos, que había convivido con el multilateralismo de los noventa, comienza a tener un rol más unilateral y George W. Bush desarrolla su acción externa mediante tres elementos característicos de la política republicana de ese momento: el unilateralismo, la mentira y la fuerza. Estas estrategias se hacen patentes en la segunda guerra de Irak. 
Mientras tanto, América latina experimenta extremos: el caso de Argentina con la crisis de 2001 y el “que se vayan todos”, y el de México con el levantamiento zapatista tras su adhesión al NAFTA (North American Free Trade Agreement) impulsado por Estados Unidos y Canadá. La fuerte crítica hacia la política y las reformas económicas del neoliberalismo llevó a que en otros países, como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil, también se reprodujeran las reacciones sociales, y la aparición de nuevos partidos políticos y el triunfo de otros ya existentes en Nicaragua, Guatemala y El Salvador.
Estos nuevos liderazgos tienen tres puntos en común: la búsqueda y el fortalecimiento de los mecanismos de participación popular y de legitimidad ante la sociedad; la visión crítica del neoliberalismo, del que buscan apartarse; la importancia y la necesidad de la integración regional. Estas coincidencias llevan a los líderes de entonces al entendimiento mutuo.
Es en este escenario que aparece la propuesta del ALCA con su pretensión de convertir el territorio que va desde Alaska hasta Tierra del Fuego en un solo mercado, como repuesta a la desaparición del mundo bipolar. Se trata de la primera respuesta estratégica de Estados Unidos en la región: una propuesta de integración con hegemonía estadounidense. Es claro que la propuesta demuestra comprensión del momento estratégico que se vivía: un mundo en el que las asociaciones en bloque están a la orden del día. Pero dicha asociación no consistía simplemente en un acuerdo de libre comercio sino que resultaba más bien una propuesta de inserción política, económica, social y cultural en el mundo. Más que una negociación de libre comercio constituye una respuesta de inserción estratégica.
Se trata de una visión no muy distinta de la propuesta por Estados Unidos más de un siglo antes, en la Primera Conferencia Panamericana celebrada en 1889, en Washington. Esto ya tenía antecedentes. En aquella Conferencia Panamericana –en la cual Argentina estuvo representada por Roque Sáenz Peña y Manuel Quintana– Estados Unidos planteó lo mismo: unión monetaria, caída de aranceles y avanzar en una propuesta común frente a otros estados de la comunidad internacional. Sáenz Peña respondió a esa propuesta con un discurso en el cual –dejando de lado la Doctrina Monroe de “América para los americanos”– dice la famosa frase “América para la humanidad”.
La oposición al concepto que anima al ALCA, entonces, no es algo novedoso sino que más bien da continuidad a la tradición nacional.
Mediante un mecanismo de cumbres presidenciales, las dos primeras en Miami (1994) y Santiago (1998), se pone en marcha el proceso de negociación del ALCA. Los 34 presidentes de los estados que integran la OEA –con excepción de Cuba– no sólo asistieron a ambas citas sino que no expresaron posición alguna al acuerdo. En una tercera cumbre celebrada en 2001 en Quebec, Hugo Chávez, que había asumido la presidencia de Venezuela en diciembre de 1998, fue el primer jefe de Estado en señalar su intención de no sumarse al consenso a favor del acuerdo. Asimismo, como en Seattle, miles de globalofóbicos y antineoliberales se manifestaron mediante una contracumbre al ALCA en las afueras de Quebec, fuertemente reprimida con gases lacrimógenos. Después de esta cumbre comienza el estancamiento de las negociaciones.
Tras la elección de Néstor Kirchner en 2003, Argentina debía aún honrar el compromiso asumido por Fernando de la Rúa en Quebec de organizar la siguiente Cumbre de las Américas, en la cual se planeaba firmar el acuerdo del ALCA. En aquel momento, se dudaba de si Argentina estaría en condiciones de organizar el evento en razón de la situación de recuperación de la crisis de 2001. Adicionalmente, algunos estados también abrigaban sospechas sobre si el nuevo gobierno de Argentina estaría dispuesto a apoyar el proceso de liberalización, por lo que no era conveniente a sus intereses que organizáramos la cumbre. Con eso en mente, organizaron una cumbre extraordinaria en Monterrey, donde sólo se adoptó un documento que buscó más que nada mantener viva la llama del ALCA, por si acaso los argentinos decidían que no se podía hacer la cumbre consagratoria del ALCA. Finalmente Argentina decidió organizar la cumbre y demostrar su capacidad de recuperación y organización.
En cuanto al tema central de la cumbre, se buscó una fórmula enteramente vinculada con los desafíos que enfrentábamos entonces en relación con la desocupación en Argentina. Se decidió entonces que el trabajo fuera el tema central de nuestro planteo a la región y al mundo. Fuera de la labor de la OIT, el tema del trabajo fue el gran ausente de las cumbres celebradas en los noventa en el marco de Naciones Unidas y los organismos multilaterales. El trabajo desaparece del escenario de los temas multilaterales en una época dominada por la flexibilización laboral y el paro. Por eso el lema de la cumbre fue “crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la democracia”. El lema fue bien recibido por los demás estados y quedó claro que estábamos frente a una etapa de cambio, y que el neoliberalismo puro y duro estaba llegando a su fin.
Tras el fracaso de la reunión ministerial de la OMC en Cancún, los estados decidieron crear el Grupo de los 20, integrado por países en desarrollo, productores y exportadores de granos (entre ellos Argentina, Brasil, etc.), en el marco de la OMC –distinto del G-20 creado en 1998 inicialmente a instancias del ministro de Hacienda de Canadá–. El Grupo de los 20 de la OMC no logró avanzar en las negociaciones, lo cual era reflejo de lo que pasaba a nivel técnico en el ALCA: si no había espacio para un acuerdo multilateral de liberalización comercial en el marco de la Ronda Doha, era poco probable que avanzara un acuerdo regional con hegemonía estadounidense en el ALCA. En suma, las expectativas de negociaciones equilibradas cada vez se alejaban más tanto en el ámbito multilateral amplio de la OMC como en el de los ámbitos multilaterales regionales.
Finalmente, el escenario era el siguiente: 29 países a favor del ALCA y cinco no dispuestos a acordar.
En el caso de Argentina, el ingreso al ALCA –junto a Chile y México, que ya habían ingresado en 2001 y 2002– no era conveniente a sus intereses, en vista de que Estados Unidos compite en materia de producción de alimentos y bienes agrícolas y podía poner en peligro la poca recuperación que se había logrado tras la liberalización de los noventa. Tampoco les convenía a Brasil, Uruguay y Paraguay –los demás integrantes de Mercosur– también por el factor agrícola y, en el caso de los dos últimos, porque su economía se encuentra más ligada a Brasil y Argentina que a Estados Unidos. Eso hará que el Mercosur tenga una posición contraria al Acuerdo de Libre Comercio. En el caso de Venezuela, el grueso de las exportaciones petroleras son hacia Estados Unidos. Sin embargo, el presidente Chávez deseaba cambiar esa ecuación y adquirir cada vez más bienes en el sur en vez de en el norte, a fin de evitar la dependencia comercial de su país respecto de EEUU.
Se establecieron estrategias para cambiar los mecanismos de negociación y todo eso fracasó en la esfera comercial. Lo que Argentina estaba dispuesta a hacer y decir en la esfera política era contrario al ALCA, lo cual no era aceptable para todos. En el debate final, luego de año y medio de negociación, la palabra ALCA seguía sin existir en el documento.
Durante una reunión en Washington, cuando todavía faltaban dos meses para la cumbre, le expresé a Néstor Kirchner: “Mirá, está todo bien pero esto no da para más. Te van a empezar a llamar a vos para decirte que pongamos algo del ALCA porque yo niego, niego, niego, pero ya este nivel lo van a pasar. Van a empezar a llamarte”. En ese momento habló con Hugo Chávez y con Lula, y los tres acordaron ser firmes en mantener el NO al ALCA. Las presiones no sólo venían de Estados Unidos y Canadá. Los países que ya habían hecho acuerdos –México y Chile– tenían mucho interés político en que el resto de los estados se sumaran a una posición pro ALCA. Decían: “No nos dejen solos. Porque si no estamos solos vamos a ser más fuertes”. En respuesta les dijimos: “Ustedes se metieron en el foso de los leones. Nosotros estamos fuera del foso de los leones. Salgan del foso de los leones, no nos lleven a nosotros del foso de los leones para que nos coman”.
En la última semana de septiembre en Nueva York, en momentos de gran presión política, mantuve una conversación con Néstor en la que le confirmé que me mantendría en la negativa, en mi rol de canciller. El respondió con una frase que lo pinta de cuerpo entero y jamás olvidaré: “Mirá, Jorge, yo no voy a hacer nada que vaya contra los intereses del pueblo, ni voy a hacer nada que me pueda reprochar la historia. Así que vos mantenete firme, y no aflojes”. Así mantuvimos nuestra posición; no hubo acuerdo y se llegó al plenario, donde nos quedamos hasta las 12 de la noche. Llegamos con un párrafo que señalaba que “algunos países creen que sería bueno culminar el acuerdo de liberalización y firmar el acta, y otros países creen que no están dadas las condiciones para firmar un acuerdo equilibrado, etc., etc.”. Este explicitaba la diferencia de puntos de vista y marcó el final del ALCA.
Las fuerzas de seguridad y todos los criterios de seguridad aconsejaban celebrar la cumbre en Bariloche. Allí se contaba con la infraestructura necesaria para hospedar a todos los jefes de Estado y mantener la reunión aislada y evitar la cercanía de manifestantes. Sin embargo, Néstor eligió hacerla en Mar del Plata para que estuviera “más cerca de nuestra gente”. Si bien celebrar la cumbre fue una decisión de Estado, ésta fue acompañada por una enorme movilización popular, un tren que partió de Buenos Aires y un acto paralelo con figuras de gran importancia, incluyendo a Evo Morales, quien aún no era presidente. Esa presencia tuvo su peso para fortalecer una decisión de cinco países que enfrentaban la voluntad de los otros 29 en el marco de las reglas del consenso.
Durante el debate en Mar del Plata, Néstor estuvo muy firme y también Lula, Duarte Frutos y Tabaré. Si bien Fox intentó declarar el tema del libre comercio como fuera de orden, Ricardo Lagos –por su parte– prefirió no intervenir en el debate. George W. Bush pidió la palabra. Estaba molesto y señaló: “Yo no sé por qué hay tanta discusión con esto del ALCA. Simplemente se trata de defendernos de los chinos”. Él tenía más claridad que el resto de nosotros sobre el verdadero propósito de esa jornada. Ese fue el momento en el que se desmoronó el ALCA. El acuerdo no se aprobó ni tampoco prosperaron los planes para llamar a una nueva reunión que permitiera su aprobación.
Este año se cumplen 10 años del NO al ALCA. A medida que pasa el tiempo se hace más notorio el carácter estratégico de esa decisión. No fue sólo una negativa al libre comercio, sino que constituye un rechazo a cierto modelo de inserción y el apoyo a otro modelo de inserción: un modelo de inserción mundial que tuvo como paso previo una integración regional entre iguales, en la región, con los países en desarrollo, con nuestras propias posibilidades, prioridades y defensas de la autonomía política, económica y de la identidad cultural.
Queda claro, visto en perspectiva, que de no haber desafiado al ALCA no hubiera habido Unasur. Tampoco las reuniones de Cochabamba, Isla Margarita y finalmente Río hubieran sucedido sin el NO al ALCA. Tampoco hubiera existido la Celac, que es una construcción posterior, que comienza en la reunión del fin de 2008, sigue en la reunión de Cancún de 2010 y se hace realidad en Caracas 2011. Por lo tanto, no sólo fue una decisión correcta a favor de la integración y el desarrollo entre iguales, sino que concibió un mundo en el que el unilateralismo deja paso al multipolarismo.
Es decir, ese mundo con una sola potencia económica –además de política y militar– va dejando paso a un mundo donde lo económico es multipolar y lo político lo es también en parte; eso explica en buena medida por qué había que decirle NO al ALCA, porque no era en nuestro interés común subordinarnos a Estados Unidos y existían motivos claros para ganar y preservar autonomía y fortalecer los vínculos Sur-Sur.
Néstor fue a China por primera vez en el 2004. El fortalecimiento del vínculo de toda la región con China, con India, con Rusia, como los grandes emergentes, y con todos los países árabes se apoya en decisiones que no hubieran sido posibles de habernos subordinado al esquema ALCA.
Estas decisiones son las que hoy en Argentina –frente a los fondos buitre y a Griesa, que dice que el Citi no puede pagar bonos argentinos– nos da la opción de contar con financiamiento de países emergentes y buscar tecnología y transferencia tecnológica en condiciones que no hubieran sido posibles si nos hubiéramos atado a una potencia que sigue siendo la más poderosa del mundo, pero de un mundo que está en transformación. De haber aceptado el ALCA, hubiéramos cometido –en el caso de Argentina– nuevamente el error del Pacto Roca-Runciman, al que Jauretche denominó el “Estatuto del coloniaje”, y que reafirmó los lazos de dependencia con el Reino Unido, en un momento en el cual el Reino Unido comenzaba en los treinta del siglo pasado a ser una potencia en declive.

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