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miércoles, 14 de octubre de 2015

El kirchnerismo, según Ricardo Forster



José Steinsleger /IV y último
Buenos Aires. Conducido por Teresa Parodi (Corrientes, 1947), el nuevo Ministerio de Cultura (junio 2014) aspira a dejar atrás el histórico desencuentro que desde la época de la independencia alejó a Buenos Aires del interior.
Dos meses después, Parodi nombró al filósofo Ricardo Forster (RF) secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional (SPN). Entidades, junto con otras de Ministerio, que apuestan a generar un debate democrático, federal y plural sobre las tradiciones políticas de Argentina y América Latina, actualizando sus legados y “…aquellas ideas y acciones del presente que anhelan la emancipación social”.
El objetivo de la SPN es recorrer el pasado y el presente que moldean el pensamiento político, cultural e ideológico argentino, organizando encuentros regionales, debate, y actividades que recuperan y potencien las herencias, hitos y producciones de las tradiciones políticas del país. Así, en los últimos meses hubo cuatro programas de trabajo: Foros por la nueva independencia; Imaginación política; Imaginación cultural, y Diálogos de América Latina y el Atlántico.
–La oposición atacó la creación de la SPN y algunas vertientes del ultracompetitivo y nada generoso mundillo cultural argentino; criticaron también la designación de Forster.
RF: A ver… en primer lugar, yo no le hubiera puesto nunca ese nombre tan complicado, que se prestó inmediatamente a la reacción. Con todo… ¿qué es el pensamiento nacional? Nosotros nos formamos con sospechas de la palabra nacional, que nos remitía al bando franquista contra la república española, y a la derecha del peronismo. La paradoja fue que, al mismo tiempo, esto dio a la SPN una resonancia que no hubiera tenido de haber sido llamada secretaría de acción sociocultural, o de pensamiento argentino.
–¿Qué manifestaban las críticas?
RF: La oposición mediática vio la SPN como un comisariato político orwelliano, con mezcla de Stalin, Hitler, Mussolini y Franco. Y luego, las críticas del nacionalismo pedorro con olor a naftalina, o las de la izquierda anacrónica que ven al kirchnerismo como cosa rara.
–¿Resulta pertinente hablar de un pensamiento latinoamericano?
RF: Yo creo que debemos cuidarnos de construir nuevas esencias de lo latinoamericano. Porque no hay un pensamiento latinoamericano. Hay nombres, corrientes, inquietudes, construcciones teóricas. Un caleidoscopio latinoamericano en que tenemos un Mariátegui, un Haya de la Torre, un Perón, un Che, un Fidel, un Rodolfo Walsh, y sentís que hay correspondencia. Pero no hay una esencia. La experiencia mexicana no es intercambiable con la argentina, la brasileña con la ecuatoriana, la haitiana con la ­chilena.
–¿Cuáles serían las semejanzas en lo ­latinoamericano?
RF: Bueno… provenimos de una conquista común, de una lengua, una evangelización común, de una territorialidad más o menos compartida. Pero cuando vemos cómo España diagramó la estructura virreinal, ahí ya se advierte la fragmentación posterior. Por esto creo que hay algo de proyección mítico utópica de la patria grande, o que hubo algo así como un proyecto traicionado. Pero cuando analizamos con rigor la historia, descubrimos las dificultades de un Bolívar, de un San Martín, Sucre, O’Higgins, un Artigas.
–¿Hubo entre los libertadores un imaginario de independencia compartida?
RF: Por supuesto. Pero también hubo regionalismos, y burocracias estatales que ya diferenciaban una región de otra. Por otro lado, los mitos no están mal, ya que le dan a la política una densidad que, de lo contrario, se convertirían en una política neutralizada de manera liberal. Una cosa es decir que la Unasur, la Celac, el Mercosur, la Alba construyen una política regional común frente a la globalización. Fantástico, ahí está el espíritu de patria grande. Pero a sabiendas de que no conviene producir nuevos mitos.
–¿Qué impacto ocasionó el neoliberalismo en las culturas de América Latina?
RF: La globalización se llevó puesta aquella relación al interior de los países latinoamericanos, que a finales del siglo XIX empezaron a construir José Martí, Manuel Ugarte, Alfonso Reyes. El caso de la industria editorial es emblemático. España se convirtió en el gran árbitro de América Latina. Una editorial española publica a un autor boliviano en Bolivia, y si no lo edita en España o no se convierte en negocio, no sale de Bolivia aunque la editorial cuente con sucursales en cada uno de los países latinaomericanos. Esto marca una política, una decisión sobre la lengua, incluso. Es una política imperial que le funcionó mucho a España. Hace unos días, hablaba con un autor uruguayo acerca de la relación inexistente entre Argentina y Uruguay. No nos leemos. Alfaguara edita a los autores uruguayos en Uruguay. Acá no llegan, salvo que sea un consagrado.
–¿Qué desafíos primordiales enfrenta América Latina hoy, en lo cultural?
RF: Acá y ahora, la ofensiva conservadora, que está golpeando con planes de educación pensados para vaciar de criticidad el discurso latinoamericanista de los últimos años.

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