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lunes, 25 de enero de 2016

Macri y los Borbones



Guillermo Almeyra
Periódico La Jornada 
Mauricio Macri, ex seguidor del funesto Carlos Menem, peronista de derecha sucesor del kirchnerismo progresista que le alfombró el camino a la presidencia, no se caracteriza por su inteligencia. En efecto, es el único gobernante que casi muere –fue salvado por un médico que estaba presente– por tragarse un bigote postizo cuando bailaba imitando a Freddie Mercury, cantor inglés al que admira, y que en la foto de su gabinete ministerial le erró a la silla y casi se va al suelo. En efecto, el actual mandatario argentino es famoso por su incapacidad y su opacidad oratoria, y su propio padre, el industrial italoargentino Franco Macri, sostiene que es demasiado egoísta y demasiado impreparado para ocupar tal cargo.
Consciente de que “lo que natura non da, Salamanca non presta”, como buen capitalista lanzó a sus hombres a cazar talentos, supuestos especialistas en el campo de la industria y la banca, y escogió así sus ministros entre los caballeros del Apocalipsis responsables de los grandes desastres de los 90 o de las peores políticas del kirchnerismo, ejemplo de los cuales es el ministro de Tecnología de Cristina Kirchner y hoy de Macri, que es un hombre de la Monsanto, como corresponde a un país dependiente de los soyeros.
Pues bien, esos nuevos-viejos Borbones, como los de la Restauración monárquica francesa después de la Revolución y de Napoleón, no han aprendido ni olvidado nada, y su revanchismo ante la negrada linda con la provocación y la inconciencia.
Por ejemplo, ellos incitaron a Macri a intentar sortear el escollo de la mayoría parlamentaria opositora ganando tiempo hasta la apertura de las sesiones ordinarias de las Cámaras para comprar la mayor cantidad de diputados, mientras gobierna a puro decreto presidencial, lo cual es antidemocrático, maniata al Poder Legislativo y lo sustituye con la acción clara y abiertamente anticonstitucional del Presidente.
Para colmo, esos decretos son aberrantes. Uno autoriza a los militares y policías, como en tiempos de la dictadura, a revisar por la calle cualquier maleta o bulto; otro, a derribar los aviones sospechosos, instaurando así la pena de muerte preventiva por mera sospecha; otro deroga leyes votadas en el Parlamento incluso por el macrismo, como la ley antimonopólica en el caso de los medios de comunicación, mundialmente considerada ejemplar, y otro defenestra la totalidad de los mandos de Marina, Ejército y Aviación sospechosos de ser fieles al kirchnerismo.
Por si fuera poco, la gente de Macri despide a decenas de miles de empleados públicos. Por último, en la provincia de Jujuy el gobernador, por sus pistolas, como en los años 30, manda a la cárcel a la dirigente del movimiento social Tupac Amaru sin intervención judicial previa y a pesar de que ella es diputada al Parlasur, y, aunque los delitos que le imputan son excarcelables, le niega la libertad durante el proceso.
El gobierno actúa como si fuese ampliamente mayoritario cuando en realidad no representa sino poco más de la mitad del electorado (tiene una diferencia a su favor de 600 mil votos) y obtuvo la gran mayoría de sus sufragios entre los decepcionados del kirchnerismo por la arbitrariedad, la arrogancia, la prepotencia y las mentiras del gobierno anterior y, salvo una pequeña minoría de oligarcas y los empresarios, nadie le dio un cheque en blanco.
Sin embargo, irresponsablemente, Macri acaba de permitir que el FMI vigile y controle la economía, reintroduciendo así las recomendaciones de ajustes de los ingresos, privatizaciones y devaluaciones. La caída del precio del barril de petróleo y los despidos de miles de trabajadores petroleros abren, por un lado, el camino a la reprivatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales y, por el otro, a la primera resistencia seria que deberá enfrentar el gobierno de los empresarios.
En efecto, y ayudado por el silencio de la dirección kirchnerista, que se niega a hacer un balance de su derrota y a trazar una línea para la oposición, Macri hasta ahora pudo ocultar las protestas, que no fueron muy grandes, ya que los empleados públicos tienen fama en los sectores populares de trabajar poco y con escasa intensidad, lo cual es muy injusto en el caso de los maestros o de los empleados de los hospitales y también en buena parte de la burocracia. En el caso de los petroleros, en cambio, no sólo realizan tareas insalubres y muy duras, sino también mantienen en vida enteras regiones y provincias que dependen del consumo de sus familias.
Macri ignora el país que intenta gobernar con su heterogénea Armata Brancaleone de fracasados reincidentes. Como Luis XIV, piensa El Estado soy yo y decreta cualquier cosa sin reparar en las consecuencias de sus medidas, lo cual no satisface mucho a la mayoría de los grandes empresarios que lo promovieron y financiaron.
Sus constantes gaffes –la última fue la foto de su perro Balcarce, así llamado por la calle donde está la Casa de Gobierno, ocupando el sillón presidencial– tampoco le ayudan mucho. Porque en el caso de uno que declara ser republicano, el desprecio por la República (recuérdese que confundió el Día de la Independencia nacional con el Día de la Bandera) es un búmeran que golpea a la clase media y pobre patriotera que lo votó. Macri recuerda a Perón y sus perritos bandidos, Bush, padre e hijo y Obama, y quiere la simpatía de las señoras gordas y de las revistas para peluquerías, pero no tiene sentido de las proporciones porque, aunque en esa famosa silla se sentaron nalgas mucho más siniestras que las de pobre perro Balcarce, al menos tenían faldas o pantalones…
¿Cómo pudo ganar un individuo tan carente de dones y de ideas? Habría que preguntárselo a Cristina Fernández de Kirchner y sus cortesanos, muchos de los cuales, como los fieles gobernadores del Opus Dei, como el soyero salteño Urtubey o el sanjuanino Gioja, agente de la gran minería, se preparan ahora a apoyar al hombre que odia a los trabajadores y le erigió un estatua a Perón.

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