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miércoles, 25 de mayo de 2016

Encuestas y realidad en EU



Luis Linares Zapata
La Jornada
Uno de los núcleos de poder en Estados Unidos (EU), posiblemente el central, se alineó, desde un principio, con la candidatura de Hillary Clinton para nominarla por el Partido Demócrata. El senador Sanders fue aceptado en la contienda a regañadientes y sólo como un aspirante de relleno. La maquinaria burocrática completa del partido cargó su peso manipulador de audiencias, en especial de la gente de color, en favor de la fogueada candidata. Todo parecía ocurrir de acuerdo con lo pronosticado: una carrera sin contratiempos hacia la Casa Blanca. Pero el imprevisto asaltó de pronto al lineal proyecto. Lo que parecía un diseño de ruta tranquilo para la señora Clinton se ha tornado en un quebradero de cabeza e intereses. El senador por Vermont fue creciendo hasta representar un serio reto y, el inicialmente despreciado multimillonario Donald Trump, permanece de pie y la ataca sin recato. Al terminar su cruenta lucha interna, los republicanos, con Trump a la cabeza, enfocan ahora sus baterías sobre el dúo Clinton.
Aquí se dijo, hace varias semanas, que la figura de Clinton ofrecía serias dificultades para prevalecer en el combate ante el belicoso empresario. Muchos años de visceral propaganda anti-Hillary por los republicanos han, finalmente, abierto heridas profundas en su aceptación por los futuros votantes. Hillary es hoy en día, la figura menos confiable en el panorama de la campaña. Los rechazos que acarrea son de indudable peso y lastran sus posibilidades de triunfo en la etapa final. Trump también no las tiene todas consigo. Ha ido, a duras penas, restañando las heridas que el combate dentro de su partido le ocasionó. De esta poco feliz manera, ambos rivales aparecen enfilados a un enfrentamiento de impredecibles resultados. Las encuestas, inicialmente muy favorables a Clinton, han ido cambiando en el transcurso de las últimas semanas. Trump se acercó lo suficiente en sus posibilidades de triunfo hasta llegar a superarla, aunque con escaso margen.
Hillary Diane Rodham parece, hasta este momento, todavía enfilada a la nominación. El apellido de su esposo, el ex presidente Bill Clinton, le proyecta una doble sombra. Por un lado le hereda un nombre bien acreditado entre la ciudadanía, sobre todo masculina y de raza blanca. Apoyos de los que ella carece. Le suma presencia ante múltiples auditorios y la atractiva imagen de un político de indudable estatura y reconocimiento, incluso mundial. Pero, como todo en la vida, le acarrea también ángulos negativos que están siendo explotados con saña por los republicanos y sus difusores. Todo esto era y es ciertamente conocido y los estrategas de Clinton con seguridad lo han procesado. Lo inesperado le viene del reto que ha levantado el senador Bernie Sanders.
El crecimiento de este aguerrido luchador político-social no estaba considerado por los asesores de Clinton, tampoco por la élite burocrática de los demócratas y, menos aún, por los medios de comunicación de ese país. Estos últimos, por completo, volcados sobre el atractivo irresistible de Trump, una figura de su cariñosa creación. En un muy segundo término, la atención de los medios se dirige hacia Clinton sólo para darle tremenda garrotiza de palabras. Y allá, muy lejos, a veces se ven forzados a mencionar al irredento socialista Sanders. Sin embargo, éste no sólo se fortalece, sino que crece en la lucha por la candidatura. Sabe que los números no están de su lado. Igualar a Hillary en delegados es empinada cuesta, superarla es imposible. Su necia permanencia como contendiente agranda las dudas que ya alberga buena parte del electorado demócrata, en especial ese núcleo de poderosos llamados superdelegados. La ruta hacia una fácil y ordenada proclamación de Hillary se complica con el advenimiento de las primarias restantes, muchas de ellas pronosticadas en favor de Sanders. Acumular triunfos en las restantes primarias y mostrar, de manera abierta, el músculo popular que proyecta su campaña es el objetivo del senador. El movimiento de masas que lo empuja ha puesto nerviosos a todos sus oponentes. El contenido de su discurso lo ven en extremo peligroso para el sistema establecido pero no lo combaten de manera abierta. Clinton requiere, con urgencia, el respaldo de esos juveniles batallones. El arma del ninguneo para bajarle los arrestos ya no funciona. Sanders se presenta, por ahora, como la mejor garantía para derrotar a Trump. Cuenta, para ello, con el entusiasmo de su ejército de jóvenes impulsores, atraídos por sus propuestas.
Sanders pretende llegar a la convención con la fuerza necesaria para condicionar la plataforma demócrata con su oferta de campaña. Sin duda conseguirá este cometido. Asunto distinto será que Clinton lo adopte como propio, como parte sustantiva de su futuro gobierno. Hillary es un acabado producto del sistema imperante y sus reflejos internos están más que condicionados por el mismo.

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