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lunes, 11 de septiembre de 2017

Un país imprevisible



Eric Nepomuceno
Pedro Malan, economista de alto calibre, hombre culto y de humor afilado, fue ministro de Hacienda de Fernando Henrique Cardoso en su etapa liberal. Acuñó una frase que ayuda a entender este país de locos: En Brasil, hasta el pasado es imprevisible.
Estos días recuerdo mucho a Pedro Malan, a quien no veo desde hace tiempo. Están los que dicen que Brasil es imprevisible porque todo cambia cada 12 días. Mentira; a veces, todo cambia cada doce horas. En un país en el que hasta el pasado es imprevisible, ¿cómo tratar de prever el futuro inmediato?
Por estos días hubo de todo un poco. El fiscal general de la República, Rodrigo Janot, quien ostentaba la postura de vigilante implacable e invencible, vio cómo las grabaciones sigilosas de Joesley Batista, el mayor exportador global de proteína animal – léase carnes– y el entonces director jurídico del mayor conglomerado brasileño, dejaban claro que su brazo derecho, el fiscal Marcelo Miller, actuaba como agente doble. Por un lado amenazaba al empresario, y por otro, lo instruía sobre cómo obtener pruebas de corrupción contra el presidente Michel Temer y sus cómplices más cercanos.
Casi al mismo tiempo, Carlos Artur Nuzman, ex jugador de volibol que preside con aires imperiales el Comité Olímpico Brasileño, era atrapado con 480 mil reales (aproximadamente 155 mil dólares) en efectivo en su casa.
Sospechoso de desvíos y co-rrupción, Nuzman pronto se sintió humillado, cuando se descubrió en un departamento de Salvador de Bahía, prestado a Geddel Vieira, uno de los brazos derechos de Michel Temer, nada menos que 51 millones de reales (algo así como 16 millones 450 mil dólares) en efectivo, guardados en cajas y valijas.
Bueno: Geddel Vieira estaba en régimen de prisión domiciliaria por otros actos anteriores de corrupción activa y pasiva. Ahora está otra vez tras las rejas de la Policía Federal en Brasilia. No se sabe si en la actualidad está preso por idiota imprudente (¿a quién se le ocurre guardar en un departamento prestado 16 millones y pico de dólares?) o directamente por corrrupto.
¿Descalabro total? No, no, faltan cosas. Teniendo en cuenta la lección de Pedro Malan, si en Brasil hasta el pasado es imprevisible, ¿qué decir del futuro? En la secuencia de esa confusa ráfaga de revelaciones estremecedoras, todas y cada una de ellas con hartas pruebas sólidas y contundentes, el ahora desmoralizado fiscal general, Rodrigo Janot, decidió nada menos que pedir que se investigue a los ex presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff, además de un nutrido grupo de estrellas del Partido del Trabajo, por sospecha de todo y cualquier tipo de delito, excepto de violación a vulnerables e indefensos.
¿Con base en qué? En nada. Es comprensible: en vísperas de una despedida melancólica –su periodo de fiscal general expira el 17 de septiembre– Janot quiso dar la impresión de que actuó de manera imparcial. Sus muy bien fundados argumentos para pedir que se investigue a Michel Temer fueron puestos en duda cuando se supo que su mano derecha conspiraba con corruptores.
Nada mejor, en semejante situación, que mostrar imparcialidad.
Pero hay más, mucho más. Luego de meses y meses intentando llegar a un acuerdo de ‘delación premiada’ –ese engendro jurídico que permite al que denuncia obtener hartas ventajas en su condena–, revelando cómo la gran banca brasileña se benefició de negocios turbios, el ex ministro de Hacienda de Lula da Silva, Antonio Palocci, capituló.
A lo largo de todo ese tiempo, oyó de los fiscales la misma frase: sin denunciar a Lula, no habría acuerdo. Estaba muy bien lo de revelar cómo se fusionaron grandes bancos, cómo se obtuvieron beneficios fiscales inimaginables, pero sin denunciar a Lula, nada servía.
Ha sido una imagen patética, amplia e inagotablemente difundida por la TV Globo, uno de los pilares esenciales del golpe que tumbó a Dilma Rousseff e instaló a Michel Temer en la presidencia: Palocci cansado admitiendo ante el juez de provincias, transformado en adalid del moralismo, Sergio Moro, que Lula obtuvo nada menos que 300 millones de reales –casi cien millones de dólares– de coimas (mordidas.
Algo tan surreal que el mismo Sergio Moro le preguntó seguidas veces: ¿Usted presenció esa conversación? Y un impávido Palocci contestó: No, me lo contó el presidente Lula al día siguiente.
Suena a algo tan real y concreto como si yo describiese mi cena romántica con la cantante Julieta Venegas el pasado jueves en Coyoacán, y cuando alguien me preguntara: ¿Pero estabas presente?, la respuesta fuera No, me contó un vecino al día siguiente.
Como nada es previsible en este mi pobre país, hay algo más: se supo que un ex funcionario de la multinacional de la construcción Odebrecht, refugiado en España, aseguró –con pruebas documentales y concretas– haber contratado un bufete de abogados de Curitiba, ciudadela del juez Sergio Moro, para obtener ventajas en acuerdos de ‘delación premiada’. Detalle: la misma esposa de Moro era socia de tal bufete.
Es decir: el ídolo de la opinión pública idiotizada por los grandes conglomerados hegemónicos de comunicación, el juez Sergio Moro, tiene pies de barro.
Mantengo la esperanza de que México sea menos imprevisible que Brasil y que alguna vez ocurra la cena con Julieta en Coyoacán.

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