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domingo, 12 de noviembre de 2017

Rastros de las Américas



Jorge Durand



Si uno va por primera vez a Madrid la parada obligada es El Prado. Una mirada a la sala de Velázquez, luego al Greco y un rato viendo el tríptico de El Bosco. Luego se puede pasar a ver las colecciones de Goya, la pintura religiosa de Murillo, Zurbarán y Rivera, unos pocos Dureros y Tizianos y algo que quedó de la relación de España con los flamencos. También vale la pena ver la copia de la Gioconda, recientemente descubierta en los desvanes del museo, que se atribuye a la escuela de Leonardo.

Si hay tiempo, la segunda parada es el Reina Sofía y el Guernica de Picasso para que quede grabado en la memoria personal. Luego hay que dar la vuelta por la salas adyacentes de Picasso, los lienzos de Dalí y la obra de Juan Gris. Además hay una serie de exposiciones temporales que tienen detrás una larga y cuidadosa curaduría.

Para una tercera ocasión, bien vale la pena visitar el museo de América, que no por desconocido y poco publicitado deja de relevante, especialmente para nosotros El museo guarda las colecciones de piezas americanas que recibía la corona de sus posesiones en el continente, regalos generosos de algunos países, materiales recolectados en expediciones científicas en mares e islas remotas y piezas que estaban repartidas en diferentes museos.

No se trata de obras monumentales, pero sí de piezas muy bien escogidas y seleccionadas de México, Perú, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Puerto Rico, Estados Unidos, Filipinas y otros países. En eso radica su excepcionalidad, en que uno puede dar un vistazo al mundo prehispánico y colonial de las Américas y tener una mirada de conjunto, algo que muy pocos museos pueden ofrecer. Y de eso se ufana el museo de el deber y a la vez el derecho de poseer el mejor Museo Americano antiguo

Si en París, la cita para ver las colecciones africanas, polinesias y en menor medida americanas es en el museo Quai Branly, en Madrid, el Museo de América es su equivalente.

Se conoce poco este Museo de América y para llegar resulta complicado porque queda en la confluencia de avenidas y monumentos. La mejor referencia es el faro de Moncloa, cerca del metro del mismo nombre. El museo está a escasos 20 metros del faro.

Del mundo prehispánico me llamaron la atención piezas excepcionales de las cultura taina (Puerto Rico), mochica, chimú, wari e inca (Perú), teotihuacana, maya y occidente (México); valdivia y chorrera (Ecuador); del oeste indígena norteamericano y otras.

De México hay braseros teotihuacanos y figurillas femeninas. Del occidente destacan buenos ejemplos de perros de Colima un amplia gama de alfarería de tumbas de tiro de Nayarit, Colima y Jalisco. También sobresalen una serie de figuras de cera mexicanas del siglo XIX, elaboradas por Andrés García, que representan diversos personajes, oficios y trajes típicos.

Pero quizá lo excepcional de México sean varios tibores de gran formato de Tonalá del siglo XVII con pintura de nahuales bigotones, águilas bicéfalas y decoración floral clásica del barro bruñido tonalteca. Además destacan detalles en altorrelieve con caras de naguales, angelitos y figuras diversas que se integran con la pintura.

Para complementar el panorama mexicano colonial, hay varios biombos enconchados del siglo XVII elaborados por Miguel y Juan González en 1698 y tres colecciones de cuadros de castas de muy buena factura, una de ellas de Andrés de Islas. Pero destaca, sin duda, la serie de Miguel Cabrera (1763), son obras de gran formato, con un colorido excepcional, en buena parte debido a la cuidadosa y profesional restauración.

De Colombia sobresale el tesoro de los Quimbayas, un ajuar funerario datado entre el 500 y 1,000 DC. donado por el país andino a España en 1893. Es el tesoro completo, de oro o tumbaga, de dos tumbas encontradas en el Valle del Cauca que incluyen figurillas masculinas y femeninas de buen tamaño, botellones, orejeras, collares, cascos, cascabeles, prendedores y demás objetos, procesados a la cera perdida. Una colección que bien podría estar en una sala especial en el museo de oro de Bogotá, o por qué no, en Cali, pero quién les manda regalar eso. Salvo esta colección, no hay mucho oro en ese museo, al parecer todo lo que llegaba de América lo fundían, de ahí su excepcionalidad y brillo singular. Ahora Colombia reclama constitucionalmente este tesoro regalado por uno de sus presidentes.

De Perú tienen una muy buena colección de textiles, varios mantos plumarios de calidad excepcional, mantas, camisas, uncos, ponchos, telas en general de distintas culturas, especialmente costeñas. Sin duda los textiles peruanos, tuvieron más suerte que las piezas de oro y plata de origen peruano.

De Ecuador también hay una buena selección de piezas de cerámica de figurillas de Valdivia y mas elaboradas de Chorrera. Hay dos o tres chinescos de muy buena factura y que dan cuenta de esa excepcional veta estética de los antiguos ecuatorianos, muy cercanos a la alfarería china y a los animales mitológicos semejante a dragones. Pero, sin duda, la pieza excepcional es un cuadro del quiteño Andrés Sánchez Galque, llamado Mulatos de Esmeraldas, tres personajes ricamente ataviados a la usanza indígena prehispánica, con orejeras, naricearas y demás joyas y vestimenta española. Una muestra del más puro sincretismo americano: indígena, negro y español.

En fin, el edificio de museo es de muy buena factura, el entorno de los jardines muy agradable y además hay exposiciones temporales de muy buena calidad. En esta ocasión había una sobre los Muxes de Juchitán, que complementaba otra sobre la diversidad.

Bien vale la pena el paseo.

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