David Brooks
Tarana Burke, fundadora de #MeToo, movimiento de denuncia contra el
abuso, el hostigamiento y la intimidación sexual que está haciendo
temblar a hombres poderosos. La imagen es de octubre del año pasadoFoto Ap
Fue un año
espantosamente horrible (perdón, se necesitan ambas palabras juntas para
intentar capturar un tantito de esta realidad) en Estados Unidos. Fue
una burla de todo lo más o menos decente, un asalto contra la belleza y
lo noble, un ataque contra lo más delicado y vulnerable. Fue un año en
el que no sólo se agotaron los adjetivos, sino hasta las mentadas de
madre (y de padre –es la era de la igualdad de género). Hasta las mismas
palabras fueron atacadas para anular su sentido, borrar la verdad,
lograr que no importara la diferencia entre lo falso y lo verdadero.
No se necesita otro resumen de todos los atropellos, asaltos, abusos y
ataques, y mentiras oficiales del año pasado incluyendo el apoyo
presidencial a supremacistas blancos con suásticas amenazando a latinos,
negros y judíos, los ataques contra los medios y ni hablar de la guerra
contra los inmigrantes. Casi todos en el planeta saben de la vergonzosa
realidad política estadunidense con el payaso peligroso y, según cada
vez más expertos, loco, en esa casa muy blanca, y casi toda la cúpula
política como cómplice.
Tal vez lo más terrible al revisar el año es que esto fue tolerado,
aceptado y permitido. Claro, hubo extraordinarias expresiones de
repudio, protestas masivas con nuevas alianzas maravillosas, sinfonías
de colores y acentos que corearon un
node costa a costa. Pero le permitieron pasar. Y ahora amenaza –literalmente con bombas nucleares o con acelerar el cambio climático– a todos dentro y fuera de este país.
Muchos nos hemos pasado el año tratando de descubrir –una vez más en
la historia– cómo es posible que un payaso populista de derecha que no
pocos conservadores y liberales tradicionales tacharon de
fascistarespaldado por algunos de los intereses más retrógrados de este país, llegó a tomar el poder. Por supuesto, entre las claves es que ésta es una de las coyunturas de mayor desigualdad económica y social, y de mayor corrupción política en la historia del país. Pero hay más diagnósticos que respuestas.
David Remnick, director de The New Yorker, resumió esta semana lo que muchos han concluido:
el presidente de Estados Unidos se ha convertido en una de las principales amenazas a la seguridad de Estados Unidos. Todo muy clarito, pero entonces, ¿qué sigue?
Trump, comentaban algunos luchadores sociales en el Highlander
Center, tal vez marca el fin histérico y enloquecido de ese Estados
Unidos blanco e imperial que sabe que está por pasar al basurero de la
historia, cediendo ante ese Estados Unidos nuevo, hecho de los colores e
idiomas del mundo, y cuya juventud multirracial abiertamente repudia el
capitalismo, ese concepto hasta ahora sagrado, sinónimo de
libertady
democraciaen el vocabulario oficial. Aún más notable es que esta nueva generación dice favorecer algo que se llama
socialismo.
Varias manifestaciones de rebeldía y desafío contra el régimen del
payaso se han expresado a lo largo del último año, señales de esperanza,
rayitos de luz, y vale destacar dos que marcaron el primer año de la
era trumpiana: las mujeres y los comediantes.
De repente, pareciera (aunque claro que fue resultado de miles
de esfuerzos y luchas), que surgió un movimiento amplio y
descentralizado de mujeres. Vale recordar que las Marchas de la Mujer
–consideradas tal vez las manifestaciones masivas más grandes en la
historia del país– inauguraron la resistencia a Trump 24 horas después
de llegar a la Casa Blanca. Y de repente, pareciera, también estalló en
los últimos meses algo que se bautizó #MeToo, el movimiento de denuncia
de abuso, hostigamiento e intimidación sexual de mujeres (y algunos
hombres) que está haciendo temblar a hombres poderosos; desde la propia
Casa Blanca hasta los palacios de Hollywood, de las grandes
instituciones académicas y culturales, a los medios masivos.
Una parte de esta respuesta se está expresando en el ámbito político,
donde en números sin precedente miles de mujeres están explorando y ya
han decido participar en contiendas electorales locales, estatales y
federales generando potencialmente lo que algunos llaman un
cambio sísmico. Muchas con posiciones expresamente anti Trump ya han ganado en lugares inesperados. Hoy día, las mujeres representan sólo 20 por ciento del Congreso federal; sólo una de cada cuatro es legisladora estatal y sólo seis ocupan un sitio entre las 50 gubernaturas estatales.
Por otro lado, tal vez el enfrentamiento más efectivo, constante y
hasta valiente contra Trump y lo que representa, ha sido el de los
bufones. Los cómicos, sobre todo los de televisión, los caricaturistas
editoriales, los escritores satíricos y artistas de perfomance han
sido fundamentales en evitar la imposición de lo absurdo, y han
encabezado con otros el movimiento para evitar que el trumpismo sea
normalizado. Aunque no existe un movimiento encabezado por bufones –algo que ni desean–, sí logran revelar a públicos masivos todos los días que el emperador está desnudo (y feo), tarea esencial en la defensa de los principios democráticos.
Las innumerables luchas por la dignidad, y las nuevas y viejas
alianzas tan necesarias, se ven por todo el país: encuentros entre
jóvenes inmigrantes, indígenas estadunidenses, veteranos de guerra
disidentes y Black Lives Matter; musulmanes, judíos y latinos cargando
las mismas pancartas, nuevas constelaciones creadas con las diásporas
del movimiento en torno a la candidatura de Bernie Sanders y crecimiento
de partidos progresistas independientes, janitors en Stanford y
trabajadores de lecherías de Vermont, y jornaleros en Immokalee,
contando historias colectivas, historiadores que recuerdan cuentos
parecidos de resistencia y cambio hace un siglo, sólo que en otros
idiomas, y las sorpresas que guardan los estudiantes sin pedir permiso.
A pesar de ese annus horriblis pasado, aquí están presentes todos los elementos para hacer de 2018 un annus mirabilis (año
maravilloso). Pero para lograrlo, uno no puede quedarse de observador
ni guardar silencio, advierten los Martin Luther King, Einstein, Woody
Guthrie y otros sabios de este país. (¿Y a poco no aparenta ser más
inteligente esta columna al incluir tres palabras en latín?)
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