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lunes, 12 de febrero de 2018

Cuba y Venezuela


Guillermo Almeyra / I

Para ver cuál es la situación en Cuba y en Venezuela independientemente de los errores y logros pasados y presentes de sus respectivos gobiernos hay que ver antes que nada la continua agresión de los gobiernos de Estados Unidos, en violación constante de la legalidad internacional.
En efecto, sólo el bloqueo estadunidense le costó hasta ahora a Cuba más de 130 mil millones de dólares. Si tenemos en cuenta que Cuba tiene actualmente un poco más de 11.5 millones de habitantes, eso significa una carga per cápita de 113 millones y medio de dólares, niños incluidos.
La isla, además, tuvo que cambiar dos veces toda su tecnología: la primera, a causa del bloqueo de Estados Unidos, que la forzó a sustituir en los sesenta las máquinas que carecían de repuestos por otras de tecnología soviética, generalmente menos eficaces o incluso inútiles (Checoeslovaquia le vendió a La Habana en los sesenta nada menos que una barrenieve) y la segunda, cuando se derrumbaron la Unión Soviética y su bloque supuestamente socialista y en los años noventa hubo que pagar en efectivo máquinas, insumos industriales y patentes de los países que aceptaban comerciar rompiendo el bloqueo y exponiéndose a sanciones yanquis.El bloqueo impuso igualmente hambrunas y una falta de vitaminas que producía ceguera y, además, reforzó enormemente una costosa burocracia y el necesario desvío de las escasas divisas hacia la defensa.
La escasez genera burocracia y desigualdades en la distribución, privilegiando a quienes deciden. Por su parte, la obligación impuesta a la isla de dedicar miles de sus mejores y más productivos jóvenes a las fuerzas armadas y a los servicios defensivos, además de restarle brazos a la producción reforzó también la centralización vertical, el decisionismo, la naturalización de los métodos de mando a costa de la democracia, el conservadurismo propio de los aparatos militares, pues en ellos no hay posibilidad alguna de crítica de los subalternos, y hasta los privilegios de casta.
Sobre todo, estableció una falsa lista de prioridades nacionales y subordinó la agroganadería y obtención de la soberanía alimentaria a la defensa y la importación de bienes industriales y, desde los noventa, el fomento del turismo, que necesita inversiones cuantiosas y también importar productos de lujo para satisfacción no del pueblo sino de los visitantes y, además, desarrolla el consumismo y los valores burgueses por no hablar de la prostitución, la corrupción, la delincuencia.
Donald Trump acentúa ahora esa agresión rechazando las resoluciones de las Naciones Unidas que condenan el bloqueo a Cuba como Hitler y Mussolini rechazaban hace 80 años las resoluciones de la Sociedad de las Naciones contra su intervención en España junto a los rebeldes franquistas que asesinaron la República Española.
Lo hace en el mismo momento en que se produce un cambio importante en Cuba e hipoteca así al gobierno de la generación posterior a los revolucionarios de los cincuenta obligándoles a aumentar los gastos de defensa a costa de la reconstrucción de los daños provocados por el huracán Irma (y de la previsión de los nuevos y peores desastres que provocará el recalentamiento global) y a postergar la necesidad de la juventud cubana de una mejor alimentación y de una solución rápida al problema de la falta de vivienda y de trabajo calificado.
Cuando Raúl Castro abandone sus cargos estatales después de las elecciones del 11 de marzo, pasándolos presumiblemente a manos de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, actualmente vicepresidente primero, habrá un recambio generacional y un cambio de mentalidad. Los nuevos dirigentes nacieron después de la revolución de 1959, no conocieron el pasado capitalista y batistiano ni la corrupción anteriores y, después de una infancia sin problemas demasiado graves hasta los setenta, sólo vivieron desde entonces crisis internacionales y graves problemas en la isla para cuya comprensión estaban muy poco preparados debido a la influencia antimarxista, burocrática, nacionalista y estatalista de la educación soviética que casi asfixió la rica vida cultural cubana de los primeros años de la revolución.
Hoy cuatro tendencias se enfrentan esquemática y sordamente en el Partido Comunista cubano y sus entornos. Una, muy minoritaria, sigue creyendo en la posibilidad de aguantar en Cuba hasta que haya un cambio en la situación internacional más favorable a la superación del capitalismo de Estado actual y de las restricciones a la democracia en el país y en el partido. Otra, conservadora, burocrática, persigue el imposible mantenimiento del actual régimen, que los ataques de Trump a Cuba y a Venezuela desestabilizarán aún más. Esta tendencia es particularmente fuerte en sectores del Estado y de las empresas estatales y paraestatales de las que sus partidarios extraen privilegios.
Hay también una amplia capa de la burocracia que busca ampliar y respaldar jurídicamente sus privilegios como lo hicieron sus homólogos de Europa oriental, y que sueña con convertirse en capitalista a la Gorbachov o la Yeltsin acercándose a Washington y al exilio burgués y expropiando en su beneficio los bienes comunes. Por último, está la intelectualidad progresista que gira alrededor de Cubadebate (antes Espacio Laical, de la jerarquía católica, pero ahora independiente) con posiciones democráticas y socialistas variadas que cuentan con la participación de gente durante años marginada que apoyó a Pensamiento Crítico, clausurado, y al Centro de Estudio de América, disuelto.
Sólo un debate abierto en el PC cubano y en todo el país sobre las perspectivas, la estrategia, las necesidades y las prioridades puede evitar que las tendencias burocrática y capitalista se desarrollen impulsadas por la policía de Trump. Quienes deben decidir el destino de la revolución son los trabajadores y el pueblo cubanos, no sus enemigos en Washington y Miami ni sus aprovechadores o los decididores paternalistas.

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